Tú te hiciste un tatuaje para que volviera. Yo me fui sin dejarte ni una nota. Y eso reventó el ego, ¿verdad?
Porque tú, tan desesperado por ser inolvidable, te grabaste la piel creyendo que eso me ataría.
Y doce años después, lo único que puedes recordar de mí es mi boca. No mis palabras, ni mi dolor, ni nuestros momentos.
Solo mi boca. En tu miembro.
Qué poético, ¿no? Una historia de dos años reducida a una felación de calidad. No porque no hubiera más… sino porque es lo único que tu mediocridad puede sostener sin derrumbarse.
Me dices que gracias a mí te quitaste a una imbécil de encima. ¿Y qué esperabas que hiciera con eso? ¿Aplaudir? ¿Sentirme halagada? Solo me confirma que sigues siendo el mismo gilipollas: el tipo que necesita a una mujer para odiar a otra.
Y ni siquiera sabes hacer eso bien.
No, Enry. Tú no me odias. Tú me echas de menos...aunque sea solo mi boca.
Que lejos de humillarme, joder, eso sí que me halaga.
Porque te tatuaste la piel para atarme, y fui yo la que te ató a un recuerdo sin necesidad de tinta.
Yo, que te lamí el ego mientras tú pensabas que me comías el alma. Yo, que me fui con todo el fuego que tú no supiste mantener encendido. Yo, que ahora te contemplo y me entra la risa.
Así que quédate con tu frase de mierda, con tu "no tengo tiempo para putas de mierda", con tu forma patética de seguir buscándome como un quinceañero.
Porque tú ya no tienes el derecho de ofenderme. Ni siquiera el privilegio de llamarme puta.
Y si algún día alguien me pregunta por ti, sonreiré pensando que aún se te empalma recordándome.
Y tú, ni en mis mejores dedos apareces.